Recientemente un Fiscal de la Nación que acertado o no, investigaba, quiero creer que imparcialmente, una cuestión sensible de Estado, como fue el atentado a la AMIA, ha muerto, en circunstancias cuando menos dudosas y todos deberían, por prudencia, antes de emitir una opinión al respecto, esperar que la justicia dilucide el caso.
A partir de este hecho luctuoso y preocupante, se ha desatado en el país un verdadero aquelarre al que nadie quiere faltar, comunicacional, político e institucional, pocas veces visto, que casi nada aporta al esclarecimiento del hecho ni a la tranquilidad general, y que engrosa el “rating de la muerte”, al que algunos medios nos tienen acostumbrados.
El Gobierno que se cree poseedor de todas la verdades y la oposición, fogoneada por sectores de la prensa e intereses visibles y no tanto, aportan jugosamente su granito de arena a la confusión general.
Debo confesar que ninguno de los que ha opinado sobre el caso (seguramente hay excepciones) me ha sorprendido por el tino, la prudencia, corrección o sensatez de sus planteos.